3. EL SABBAT Y EL TRABAJO

INTRODUCCIÓN

En su análisis «La idea del sabbat», Gustave Ochler observó, respecto a esto, que, primero, «el hombre, debe trabajar y descansar como Dios lo hizo; la vida humana debe ser una copia de la vida divina». El trabajo del pueblo de Dios es ser instrumental en la restauración del orden divino en la tierra.
Segundo, El trabajo de divino termina en descanso feliz; no es sino hasta que el Creador descansa satisfecho en la contemplación de sus obras que su creación misma está completa. Así, también, el trabajo humano no debe marchar en círculos inútiles, sino terminar en una armonía feliz de existencia.
El jubileo en parte destaca este aspecto del sabbat. Todavía más, debido a que «todo el curso de la historia humana no debe marchar en aterradora infinitud», debido a que su meta es una victoria gloriosa, nosotros también «debemos hallar una terminación en un orden armonioso y dado por Dios» que «está garantizado por el sabbat de la creación, y prefigurado por las temporadas sabáticas».
El sabbat de la creación, a diferencia de los seis días previos, no terminó con una noche. «El descanso divino del séptimo día de la creación, que no tiene noche, se cierne sobre el progreso del mundo, para que este pueda por fin absorberlo».
Trabajo y objetivo, esfuerzo y resultado, estos son los dos conceptos que son básicos a la idea del sabbat, según Oehler. El sabbat da propósito a la vida del hombre, en que hace el trabajo significativo y con propósito: lo liga a una consumación gozosa. El sabbat, notó Oehler, mira hacia atrás al descanso de la creación para su patrón y fe; mira hacia arriba a Dios en la seguridad de su gracia y victoria; mira hacia adelante a la consumación del gran sabbat.
El sentido pleno, sin embargo, de la idea del sabbat no se alcanza sino hasta que se toma en cuenta el dominio del pecado y de la muerte, que han entrado en el desarrollo de la humanidad. Fue después de que se impuso la maldición de Dios sobre la tierra, y se condenó al hombre a trabajar con el sudor de su frente al servicio de su existencia perecedera, que el deseo del descanso de Dios tomó forma de anhelo de redención (Gn 5: 29).
Israel, también, al sufrir bajo la opresión egipcia sin ningún intermedio refrescante, aprendió lo que es suspirar por descanso. Cuando su Dios les concedió períodos de descanso regulares, al sacarlos de la servidumbre, esta ordenanza se convirtió en una solemnidad de agradecimiento en recordación de la liberación que habían experimentado.
De aquí que se dice, en la segunda versión del Decálogo (Dt 5: 15): «Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo».
Este pasaje no está presentando, como a menudo se ha entendido, un motivo para la obligación especial de no impedir que los siervos descansen el séptimo día; ni, por otro lado, contiene, como también se ha afirmado, la razón objetiva de la santificación del sabbat, que es expresada, como ya se ha dicho, en la primera versión del Decálogo, Éx 20: 11; sino que se aplica a la observancia del sabbat, en particular esa consideración que es la instancia subjetiva más honda en cuanto al cumplimiento de toda la ley.
Lo íntimo que la recordación de la liberación de la esclavitud egipcia iba ligada con esta misma institución del sabbat es evidente en lo que, de según el testimonio de los autores romanos indicados arriba (Tácito, Hist. 5:4; Justino Hist 36. 2), conocían los paganos respecto al porqué de la celebración del sabbat.
Se ha llamado la atención al hecho de que la restauración es básica al concepto del sabbat. Pero la restauración claramente incluye trabajo. Como Oehler destacó, «un punto, importante en un aspecto ético, queda por notarse. El sabbat tiene su importancia solo como el séptimo día, precedido de seis días de trabajo.
Por tanto, es solo sobre el cimiento del trabajo precedente en nuestra vocación que el descanso del sabbat se debe llevar a cabo».
El sabbat es la señal de pacto de Dios con el hombre, y declara la gracia de Dios y la obra eficaz de Dios en la salvación, para que el hombre pueda descansar «sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1ª Co 15: 58).
Se debe recordar que un aspecto importante de la cuarta palabra-ley es este: «Seis días trabajarás», o sea, seis días están dedicados al trabajo. Hay un mandamiento positivo a trabajar.
El mandato de la creación declaró al hombre: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo» (Gn 1:28, NVI).

ESTE MANDATO FUE DICTADO ANTES DE LA CAÍDA.

Los deberes de fertilidad, trabajo y dominio fueron establecidos, así, antes de la caída; continuaron después de la caída, pero con un serio impedimento.
Sin la gracia regeneradora, el hombre no puede guardar la ley de Dios y desempeñar sus obligaciones. La obra del hombre redimido no es intentar crear un paraíso en la tierra, sino cumplir los requisitos de Dios dentro del reino. El hombre redimido es un ciudadano del reino de Dios, y se sujeta por sus leyes consiguientes: este es su trabajo, su obligación, y su senda al dominio. El hecho del sabbat presupone el hecho del trabajo.
La relación entre el sabbat y el trabajo es tal que pone todas las cosas en relación a Dios y en dedicación a Él. Nada puede estar fuera de Dios, ni se puede considerar que lo esté. No solo el hombre del pacto sino todo su trabajo debe circuncidarse en un sentido, o bautizado, en el reino. La costumbre de las primicias era un aspecto de esto. Pero otra ley afecta incluso más claramente el asunto:
Y cuando entréis en la tierra, y plantéis toda clase de árboles frutales, consideraréis como incircunciso lo primero de su fruto; tres años os será incircunciso; su fruto no se comerá. Y el cuarto año todo su fruto será consagrado en alabanzas a Jehová. Mas al quinto año comeréis el fruto de él, para que os haga crecer su fruto. Yo Jehová vuestro Dios (Lv 19: 23-25).
Esta ley es obvio que se liga con leyes previamente consideradas que tienen que ver con la conservación del suelo, la fertilidad de los árboles, y el respeto por la vida en toda la creación. Los comentarios de Ginsburg destacan este aspecto de manera excelente:
Los árboles que daban frutos inapropiados para comida humana, que crecían por sí mismos, o que se sembraban para cercas o leña, no caen bajo esta ley.
Se considerará incircunciso su fruto. Literalmente, entonces, circuncidarán la incircuncisión, su fruto, es decir, cortarán o cercenarán su incircuncisión, que el texto mismo explica como «su fruto». Este uso metafórico de la circuncisión lo explica el mismo texto: denota el fruto como descalificado o inapropiado.
En el cap. 26: 41 se usó la misma metáfora para el corazón obstinado y no listo para escuchar las amonestaciones divinas, y en otros pasajes de las Escrituras se usa con referencia a los labios (Éx 6: 12, 30) y los oídos (Jer 6: 10) que no desempeñan sus funciones propias.
Por los primeros tres años se debía arrancar el fruto y permitir que se pudriera en el suelo. En el cuarto año se podía comer si se redimía del dueño pagando su valor más una quinta parte: le pertenecía a Dios. En el quinto año se podía cosechar el fruto, y durante cinco años de allí en adelante, o hasta el próximo año sabático.
Esta ley tiene que ver con la preservación de la vida por el debido respeto a las condiciones de la vida; pero hay más, debido a que la palabra incircunciso se usa de manera deliberada y enfática. Quiere decir que la tierra en verdad está maldita por causa del hombre, debido a su pecado, y aparte de Dios todo el trabajo del hombre es fútil e incircunciso.
Respecto al fruto incircunciso, el comentario de Peake es una ilustración de lo absurdo de la incredulidad:
El punto es tal vez que durante los primeros tres años es tabú y se debe dejar tranquilo; tal vez originalmente se dejaba para los espíritus del campo.
Nótese que los primerizos tampoco se usaban hasta que tuvieran tres años.
Los árabes propician el espíritu con sangre cuando se ara por primera vez un pedazo de tierra.
Esta obra maestra de irrelevancia la atesora tanto la mente modernista que Natanael Micklem la perpetuó una generación más tarde citando a Peake en su propio comentario sobre Levítico 19: 23-25. Bonar, a quien ni Peake ni Micklem reconocerían como comentarista, desde que tomó en serio la ley de Dios observó: ¿No fue este precepto un memorial del árbol prohibido del paraíso? TODO FRUTAL DEBÍA DEJARSE SIN USO POR TRES AÑOS, COMO PRUEBA DE SU OBEDIENCIA.
Todo extraño veía en cada huerto y viña de Israel pruebas de su obediencia a su supremo Señor; eran testigos ante Él.
La conservación del suelo y la preservación de la fertilidad del árbol son importantes; subyacen en esto de la incircuncisión. La tierra es del Señor, y se debe usar en sus términos y bajo su ley. El sabbat no se guarda meramente por inactividad, ni puede ningún hombre gloriarse ante Dios absteniéndose de los huevos por los cuales la gallina trabajó en el sabbat.
El sabbat presupone trabajo, trabajo que cumple el mandato de la creación de Dios y se desempeña bajo la ley de Dios, y el sabbat es el reposo gozoso del ejercicio de este dominio santo. En el sabbat el hombre se regocija porque la tierra es del Señor, y en toda su plenitud (Sal 24:1).
En esa confianza el hombre reposa, y en ese gozo contempla la obra de sus manos, sabiendo que su «trabajo en el Señor no es en vano» (1ª Co 15: 58). En ese día, y en la temporada sabática, se abstiene del fruto y del árbol, no como de un árbol prohibido, porque el Señor, que ordena el trabajo a fin de que el hombre pueda ejercer dominio, también fija los límites en ese dominio.
El hombre sabe que su «trabajo en el Señor no es en vano» (1ª Co 15: 58) porque el soberano Dios hace que todas las cosas ayuden a bien, a los que conforme a su propósito son llamados (Ro 8: 28). El hombre del pacto reconoce, o está llamado a reconocer, que quebrantar la ley en un punto es romper toda la ley (Stg 2: 10), porque despreciar la ley en un punto es colocarse en posición de dioses en ese punto. El hecho de que Adán y Eva obedecieron en oíroslos demás puntos pero desobedecieron respecto a un árbol no les dio un saldo favorable ante Dios.

En ese punto revelaron un nuevo principio de operación: ser como dioses, sabiendo o determinando el bien y el mal por cuenta propia (Gn 3:5). Tanto el trabajo como el descanso deben ser para el Señor, y la presuposición de ellos debe ser la soberanía del Dios trino.