INTRODUCCIÓN
En su análisis «La idea del
sabbat», Gustave Ochler observó, respecto a esto, que, primero, «el hombre, debe trabajar y descansar como Dios lo
hizo; la vida humana debe ser una copia de la vida divina». El trabajo del
pueblo de Dios es ser instrumental en la restauración del orden divino en la
tierra.
Segundo, El trabajo de divino termina en
descanso feliz; no es sino hasta que el Creador descansa satisfecho en la
contemplación de sus obras que su creación misma está completa. Así, también,
el trabajo humano no debe marchar en círculos inútiles, sino terminar en una
armonía feliz de existencia.
El jubileo en parte destaca este
aspecto del sabbat. Todavía más, debido a que «todo el curso de la historia
humana no debe marchar en aterradora infinitud», debido a que su meta es una
victoria gloriosa, nosotros también «debemos hallar una terminación en un orden
armonioso y dado por Dios» que «está garantizado por el sabbat de la creación,
y prefigurado por las temporadas sabáticas».
El sabbat de la creación, a
diferencia de los seis días previos, no terminó con una noche. «El descanso
divino del séptimo día de la creación, que no tiene noche, se cierne sobre el
progreso del mundo, para que este pueda por fin absorberlo».
Trabajo y objetivo, esfuerzo y
resultado, estos son los dos conceptos que son básicos a la idea del sabbat,
según Oehler. El sabbat da propósito a la vida del hombre, en que hace el
trabajo significativo y con propósito: lo liga a una consumación gozosa. El
sabbat, notó Oehler, mira hacia atrás al
descanso de la creación para su patrón y fe; mira hacia arriba a Dios en la seguridad de su gracia y victoria; mira
hacia adelante a la consumación
del gran sabbat.
El sentido pleno, sin embargo, de
la idea del sabbat no se alcanza sino hasta que se toma en cuenta el dominio
del pecado y de la muerte, que han entrado en el
desarrollo de la humanidad. Fue después de que se impuso la maldición de Dios
sobre la tierra, y se condenó al hombre a trabajar con el sudor de su frente al
servicio de su existencia perecedera, que el deseo del descanso de Dios tomó
forma de anhelo de redención (Gn
5: 29).
Israel, también, al sufrir bajo
la opresión egipcia sin ningún intermedio refrescante, aprendió lo que es
suspirar por descanso. Cuando su Dios les concedió períodos de descanso regulares,
al sacarlos de la servidumbre, esta ordenanza se convirtió en una solemnidad de agradecimiento en recordación de la liberación que habían
experimentado.
De aquí que se dice, en la
segunda versión del Decálogo (Dt 5: 15): «Acuérdate que fuiste siervo en tierra
de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo
extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de
reposo».
Este pasaje no está presentando, como
a menudo se ha entendido, un motivo para la obligación especial de no impedir
que los siervos descansen el séptimo día; ni, por otro lado, contiene, como
también se ha afirmado, la razón objetiva de la santificación del sabbat, que
es expresada, como ya se ha dicho, en la primera versión del Decálogo, Éx 20: 11;
sino que se aplica a la observancia del sabbat, en particular esa consideración
que es la instancia subjetiva más honda en cuanto al cumplimiento de toda la
ley.
Lo íntimo que la recordación de
la liberación de la esclavitud egipcia iba ligada con esta misma institución
del sabbat es evidente en lo que, de según el testimonio de los autores romanos
indicados arriba (Tácito, Hist. 5:4;
Justino Hist 36. 2), conocían
los paganos respecto al porqué de la celebración del sabbat.
Se ha llamado la atención al
hecho de que la restauración es
básica al concepto del sabbat. Pero la restauración claramente incluye trabajo. Como Oehler destacó, «un
punto, importante en un aspecto ético, queda por notarse. El sabbat tiene su
importancia solo como el séptimo día, precedido de seis días de trabajo.
Por tanto, es solo sobre el cimiento del trabajo precedente en nuestra
vocación que el descanso del sabbat se debe llevar a cabo».
El sabbat es la señal de pacto de
Dios con el hombre, y declara la gracia de Dios y la obra eficaz de Dios en la
salvación, para que el hombre pueda descansar «sabiendo que vuestro trabajo en
el Señor no es en vano» (1ª Co 15: 58).
Se debe recordar que un aspecto
importante de la cuarta palabra-ley es este: «Seis días trabajarás», o sea,
seis días están dedicados al trabajo. Hay un mandamiento positivo a trabajar.
El mandato de la creación declaró
al hombre: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla;
dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que
se arrastran por el suelo» (Gn 1:28, NVI).
ESTE MANDATO FUE DICTADO ANTES DE LA
CAÍDA.
Los deberes de fertilidad, trabajo
y dominio fueron establecidos, así, antes de la caída; continuaron después de
la caída, pero con un serio impedimento.
Sin la gracia regeneradora, el hombre
no puede guardar la ley de Dios y desempeñar sus obligaciones. La obra del
hombre redimido no es intentar crear un
paraíso en la tierra, sino cumplir los
requisitos de Dios dentro del reino. El hombre redimido es un ciudadano del
reino de Dios, y se sujeta por sus leyes consiguientes: este es su trabajo, su
obligación, y su senda al dominio. El hecho del sabbat presupone el hecho del
trabajo.
La relación entre el sabbat y el
trabajo es tal que pone todas las cosas en relación a Dios y en dedicación a
Él. Nada puede estar fuera de Dios, ni se puede considerar que lo esté. No solo
el hombre del pacto sino todo su trabajo debe circuncidarse en un sentido, o
bautizado, en el reino. La costumbre de las primicias era un aspecto de esto.
Pero otra ley afecta incluso más claramente el asunto:
Y cuando entréis en la tierra, y
plantéis toda clase de árboles frutales, consideraréis como incircunciso lo
primero de su fruto; tres años os será incircunciso; su fruto no se comerá. Y
el cuarto año todo su fruto será consagrado en alabanzas a Jehová. Mas al
quinto año comeréis el fruto de él, para que os haga crecer su fruto. Yo Jehová
vuestro Dios (Lv 19: 23-25).
Esta ley es obvio que se liga con
leyes previamente consideradas que tienen que ver con la conservación del
suelo, la fertilidad de los árboles, y el respeto por la vida en toda la
creación. Los comentarios de Ginsburg destacan este aspecto de manera
excelente:
Los árboles que daban frutos
inapropiados para comida humana, que crecían por sí mismos, o que se sembraban
para cercas o leña, no caen bajo esta ley.
Se considerará incircunciso su
fruto. Literalmente, entonces, circuncidarán la incircuncisión, su fruto, es
decir, cortarán o cercenarán su incircuncisión, que el texto mismo explica como
«su fruto». Este uso metafórico de la circuncisión lo explica el mismo texto:
denota el fruto como descalificado o inapropiado.
En el cap. 26: 41 se usó la misma
metáfora para el corazón obstinado y no listo para escuchar las amonestaciones
divinas, y en otros pasajes de las Escrituras se usa con referencia a los
labios (Éx 6: 12, 30) y los oídos (Jer 6: 10) que no desempeñan sus funciones
propias.
Por los primeros tres años se
debía arrancar el fruto y permitir que se pudriera en el suelo. En el cuarto
año se podía comer si se redimía del dueño pagando su valor más una quinta
parte: le pertenecía a Dios. En el quinto año se podía cosechar el fruto, y
durante cinco años de allí en adelante, o hasta el próximo año sabático.
Esta ley tiene que ver con la
preservación de la vida por el debido respeto a las condiciones de la vida;
pero hay más, debido a que la palabra incircunciso
se usa de manera deliberada y enfática. Quiere decir que la tierra en
verdad está maldita por causa del hombre, debido a su pecado, y aparte de Dios
todo el trabajo del hombre es fútil e incircunciso.
Respecto al fruto incircunciso,
el comentario de Peake es una ilustración de lo absurdo de la incredulidad:
El punto es tal vez que durante
los primeros tres años es tabú y se debe dejar tranquilo; tal vez originalmente
se dejaba para los espíritus del campo.
Nótese que los primerizos tampoco
se usaban hasta que tuvieran tres años.
Los árabes propician el espíritu
con sangre cuando se ara por primera vez un pedazo de tierra.
Esta obra
maestra de irrelevancia la atesora tanto la mente modernista que Natanael
Micklem la perpetuó una generación más tarde citando a Peake en su propio
comentario sobre Levítico 19: 23-25. Bonar, a quien ni Peake ni Micklem reconocerían
como comentarista, desde que tomó en serio la ley de Dios observó: ¿No fue este
precepto un memorial del árbol
prohibido del paraíso? TODO FRUTAL DEBÍA DEJARSE SIN USO POR TRES AÑOS, COMO
PRUEBA DE SU OBEDIENCIA.
Todo extraño veía en cada huerto
y viña de Israel pruebas de su obediencia a su supremo Señor; eran testigos
ante Él.
La conservación del suelo y la
preservación de la fertilidad del árbol son importantes; subyacen en esto de la
incircuncisión. La tierra es del Señor, y se debe usar en sus términos y bajo
su ley. El sabbat no se guarda meramente por inactividad, ni puede ningún
hombre gloriarse ante Dios absteniéndose de los huevos por los cuales la
gallina trabajó en el sabbat.
El
sabbat presupone trabajo, trabajo que cumple el mandato de
la creación de Dios y se desempeña bajo la ley de Dios, y el sabbat es el reposo gozoso del ejercicio
de este dominio santo. En el sabbat el hombre se regocija porque la
tierra es del Señor, y en toda su plenitud (Sal 24:1).
En esa confianza el hombre
reposa, y en ese gozo contempla la obra de sus manos, sabiendo que su «trabajo
en el Señor no es en vano» (1ª Co 15: 58). En ese día, y en la temporada
sabática, se abstiene del fruto y del árbol, no como de un árbol prohibido,
porque el Señor, que ordena el trabajo a fin de que el hombre pueda ejercer
dominio, también fija los límites en ese dominio.
El hombre sabe que su «trabajo en
el Señor no es en vano» (1ª Co 15: 58) porque el soberano Dios hace que todas las cosas ayuden a bien, a los
que conforme a su propósito son llamados (Ro 8: 28). El hombre del pacto
reconoce, o está llamado a reconocer, que quebrantar la ley en un punto es
romper toda la ley (Stg 2: 10), porque despreciar la ley en un punto es
colocarse en posición de dioses en ese punto. El hecho de que Adán y Eva
obedecieron en oíroslos demás puntos pero desobedecieron respecto a un árbol no les dio un saldo
favorable ante Dios.
En ese punto revelaron un nuevo
principio de operación: ser como dioses, sabiendo o determinando el bien y el
mal por cuenta propia (Gn 3:5). Tanto el trabajo como el descanso deben ser
para el Señor, y la presuposición de ellos debe ser la soberanía del Dios
trino.